jueves, 18 de octubre de 2012

La corrosión de la voz


El pasaje y/o la grieta de Los heraldos negros a Trilce


I - Una aproximación a la poética modernista

La poética del modernismo, es decir las condiciones de posibilidad de producción de sentido, su prospectiva de legibilidad, que instaura el discurso y la ideología que genera y legisla la significación en el corpus de poemas que reconocemos como modernistas, tiene a "lo nuevo" como cifra y emblema que atraviesa las diferentes variables de su escritura.
                "Lo nuevo" se da a leer como inseparable de "lo original" en el credo de Rubén Darío.[1] Originalidad que se articula y configura de modo indisoluble con la subjetividad, que emerge en los procedimientos constitutivos de su identidad como poética canónica, de los que mencionaré dos, por considerarlos representativos del canon:
—el gesto modernista de privilegiar la impresión antes que la cosa o su imagen;
—la elección de "lo único" como tópico privilegiado; "lo único" como el exceso emblemático que soporta la diferencia de toda mismidad reiterada en la repetición.
                De ellos se desprende que la subjetividad puede ser pensada, entonces, como el arquitrabe central del paradigma sobre el que se articula la poética modernista: la ideología de la musicalidad que impone la exigencia de la oralidad como vía regia para la palabra poética, una voz que profiere el poema, soporta, expande y unifica la secuencia fónica.
                Origen y sonoridad aparecen como los rasgos dominantes de una subjetividad que se constituye en el fundamento del sentido, presupuesto solidario con los enunciados fundamentales de la metafísica occidental:
—el privilegio de la presencia como conciencia que se configura por medio de la voz (la tradición occidental impone como necesaria e inmediata la relación entre pensamiento, logos, y la voz, phoné);
—el detrimento de la escritura, despreciada, relegada a una función secundaria y representativa del habla;
—la ilusión de transparencia absoluta del significado trascendental, como sentido previo absoluto, complemento de la presencia y de la interioridad, en la que se funda todo el edificio de la metafísica.[2]

II - Los heraldos negros

Los heraldos negros[3], 1918, es un texto que despliega su escritura asumiendo la musicalidad como el valor más alto de la palabra poética. Pero, a pesar de ese predominio de la dominante modernista, su textualidad exhibe algunos puntos de inflexión y desplazamiento, en los que es posible leer un conflicto entre el querer decir de la oralidad proferida por un sujeto que le otorga entidad, y la escritura, que instala en la repetición de la marca la desconstrucción de la voz como origen del sentido.
                En Los heraldos negros se da a leer el anuncio de la inscripción en la letra de un conjunto de marcas que no se dejan domesticar por la linealidad fónica, que no pueden ser dichas por la sucesión del monocódigo. La escritura no puede ser sofocada por la voz, el texto instala la traza en la letra cegando a la oralidad, abriendo el sentido a la mirada.
                A modo de sucinto inventario, detallo a continuación algunos de los procedimientos en los que emergen esas marcas:
1.-Hay en Los heraldos negros un uso insistente de los puntos suspensivos;
—se dan a leer en el final de un verso, el último de "Bordas de Hielo":

y quién habrá partido seré yo...

—acotando una palabra, en el poema "Los heraldos negros":

Y el hombre...Pobre...pobre!

—como título de un poema, el primero de la sección "De la tierra":

¿.................................

—ocupando casi toda la extensión de un verso, en "Las tiendas griegas":

allá...........................................................................

como todos los signos ortográficos, los puntos suspensivos no pueden ser dichos, no se dejan domesticar por la oralidad, sólo producen sentido a la mirada, desbaratan la equivalencia falaz que equipara espaciamiento y silencio.

2.-En los textos que componen Los heraldos negros hay un uso diferencial de las mayúsculas, más allá de toda regla usual;
—en el poema "Los heraldos negros" se dan a leer marcadas por la diferencia de la mayúscula: Muerte, Destinos, Cristos; en "Romería": Vida, Luz; en "Setiembre": Dios; en el segundo soneto de la sección "Nostalgias Imperiales"; Mamá.

3.-La utilización del guión como anuncio de la puesta en cuestión de la palabra como unidad autónoma de sentido;
—uniendo dos palabras, en "Nochebuena": niño-jesús, en "Terceto autónomo": dios-sol, y como variante se escribe en "El poeta a su amada" la condensación viernesanto.

4.-La emergencia de la palabra del otro en los poemas de Los heraldos negros está señalada de dos modos:
—por el uso de comillas, en "Medialuz":

He soñado una fuga. Un "para siempre"

en "Babel":

ella daña y arregla; a veces dice:
"El hospicio es bonito; aquí no más!"

en "La de a mil":

El suertero que grita "La de a mil"

—y por el uso de los signos convencionales de la escritura del diálogo:
en el poema ¿..............:

-Si te amara... qué sería?
-Una orgía!
-Y si él te amara?

5.-En algunos de los poemas de Los heraldos negros se da un tratamiento de la espacialización que no responde  a la estructura fónica del verso, sino, antes bien, a un criterio de diseño visual que se aparta de la disposición convencional:
—en "Fresco" se disponen en versos sucesivos tres adjetivos:

los luceros son lindos pañuelitos
lilas,
naranjas,
verdes,

—en "Las piedras" el cierre del poema es una reiteración simétrica:

de las piedras,
                de las piedras,
                de las piedras...


—en "Para el alma imposible de mi amada" la disposición de los versos despliega una dimensión significativa irrecuperable para la voz.

6.- El trastorno de la oralidad por la traza tiene en Los heraldos negros, dos inscripciones del exceso que, acaso otorguen al inventario anterior un sentido de pro-grama, ya que permiten desechar toda interpretación que lo asimile a un procedimiento autorizado por la sucesión fónica, a una variante específica del uso general de la escritura como variante vicaria y degradada de la oralidad:
—En "Avestruz" se da a leer:

cuando abra su gran O de burla el ataúd

en el centro simétrico de la línea, separando en partes iguales, cuatro palabras en cada sector, el signo instala la legibilidad de lo indecidible, se lee como un cero y/o se lee como una o mayúscula y/o se lee como un injerto en forma de ideograma (esta enumeración queda abierta), la sucesión, entonces, se desbarata, se desmonta, la marca inscribe un sentido a la vez sucesivo y simultáneo, que abre a la mirada la puesta en abismo de la legislación fonética.
—En "Absoluta" se cruzan la notación silábica y la lógico-matemática, anunciando uno de los gestos más enfáticos de desmontaje de la escritura vallejiana:

                unidad excelsa! Oh lo que es uno
                por todos!

                hay un riesgo de sierpes
en la doncella plenitud del 1.

                Más allá de este inventario de perturbaciones, en los textos de Los heraldos negros hay una dominante de regularidad en los versos, es decir una forma estable y reconocible. Hay predominio de la rima y, además, es posible leer este conjunto de poemas a partir de un lugar de enunciación estable: un yo confesional, un yo que es el lugar desde el que se profiere y unifica la significación. Prevalecen las formas estróficas tradicionales, el texto incluye quince sonetos, que diseñan espacios que se configuran de acuerdo a la normativa establecida.
                Los heraldos negros aparece sujeto dentro del espacio de legibilidad modernista, especialmente porque conserva la unidad de enunciación, el lugar del origen no aparece cuestionado; toda la tensión que se asoma en los procedimientos que he enumerado, que exacerba y trastorna la poética modernista, es controlada y relativizada por el lugar de privilegio que tiene este yo que se constituye en el núcleo original que confiere unidad al conjunto textual.

III – Trilce

El exceso y el desvío que abren estrías de tensión en la legalidad del paradigma poético del modernismo, que hemos visto asomar en Los heraldos negros, se agravan y proliferan en Trilce, hasta constituirse en un gesto dominante.
                Si en Los heraldos negros el desvío en la inscripción de las mayúsculas podía llegar a asimilarse a un índice de intensificación en la significación de algunas palabras, en Trilce son un modo de intervención en la espacialización que no se puede traducir a ningún código estable:
—en Trilce XXVI[4]:

                Al calor de una punta
                de pobre sesgo ESFORZADO

—en I:

                un poco más de consideración,
y el mantillo líquido, seis de la tarde
DE LOS MAS SOBERBIOS BEMOLES

—en II:

Se llama lo mismo que padece
                nombre nombre nombre nombrE

—en LX:

del placer que nos engendra sin querer,
y el placer que nos DestieRRa

El uso de las mayúsculas se combina, además con alternancias y espacializaciones,
—en II:

                Tiempo Tiempo,
                Mediodía estancado entre relentes,
Bomba aburrida el cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.

Era Era.
Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
era era era era.

                La escritura de los textos exhibe, asimismo, trasformaciones ortográficas indecibles:
—en IV la palabra "hacer" se inscribe como hhazer, o sea, el alteramiento de la significación pasa por marcar la diferencia en el trazo;
—en  IX : Vusco volvvver golpe el golpe, es el primer verso, que luego más abajo reescribe marcando el procedimiento en la vacilación:

Busco volvver golpe el golpe.

                Este juego en el tratamiento de la materialidad significante desgaja las letras de la unidad fónica que constituye la palabra, les otorga una entidad visual que supone un plus de significación que no se deja decir por la voz;
—en LII:

esos días, buenos con b de baldío(...)
por la culta de la v
dentilabial que vela en él

—en LXIX se cosifica la l:

y estáticas eles quelonias

—en LXXVI, la equis:

sacando la lengua a las más mudas equis

Habida cuenta de que la equis es la única letra del alfabeto castellano en cuyo nombre no participa el signo ortográfico que la constituye, la atribución de mudez puede ser leída como una sentencia explícita de las limitaciones fonéticas.
                En numerosos poemas de Trilce se produce la colisión de la notación fonética, base de la configuración rítmica de la poética modernista, y la notación matemática, como trama agónica de dos órdenes irreconciliables,
—en el V se lee:

Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis O, que callará tanto,
hasta despertar y poner de pie al 1.

—en los XVII, LXVIII, LXIX y LXX los textos traman la diferencia indecidible de los dos códigos, el último verso del VII satura el procedimiento en la espacialización y la sutura:

quemadas pólvoras, altos de a                          1921.

Los poemas alternan los dos códigos, los entrecruzan hasta lo indecidible:
—en X y XVIII, se inscriben en la letra la escritura silábica para los significantes numéricos;
—en  XXIII  se asedian los dos códigos:
               
                Oh tus cuatro gotas, asombrosamente
alterna con

cáscaras de relojes en flexión de las 24
en punto parados.

y, asimismo, se tematiza la esceno-grafía, la puesta en escena del proceso esriturario:

Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto
y yo arrastrando todavía
una trenza por cada letra del abecedario.

                La notación lógico-matemática ha sido permanentemente atacada, expulsada de la consideración teórica que responde al linaje de la metafísica de la presencia, puesto que hace entrar en crisis la fusión voz/conciencia, desmontando el simulacro de inmediatez e interioridad que implica ese presupuesto.
—en XXXII convergen hasta saturar el texto las oposiciones y contrastes que trastornan la univocidad del código silábico: uso de paréntesis que encierran líneas continuas y no palabras, utilización de diversos tipos de letras, notación matemática y silábica, expansión de los significantes, uso de puntos suspensivos, dis-locación del espacio:

999 Calorías
Rumbbb... Trrraprrr rrach...chaz
Serpentínica u del bizcochuelo
engrifada al tímpano.
Quién como los hielos. Pero no.
Quién como lo que va ni más ni menos.
Quién como el justo medio.

1.000 calorías.
Azulea y ríe su gran cachaza
el firmamento gringo. Baja
el sol empavonado y le alborota los cascos
al más frío.

Remeda a cuco: Rooooooeeeis...
tierno autocarril, móvil de sed,
que corre hasta la playa.

Aire, aire! Hielo!
si al menos el calor (--------------------Mejor
                               no digo nada.

Y hasta la misma pluma
con que escribo por último se troncha.

Treinta y tres millones trescientos treinta
y tres calorías.

                Los juegos de espacialización que atraviesan los poemas son múltiples y variados, en algunos casos el desvío parece anunciar el gesto de exhibición de la necesidad insoslayable del recorrido de la mirada para la producción de sentido:
—en XIII, el último verso es una marca emblemática:

¡Odumodneurtse!

ruptura del sentido por inversión simétrica de la sucesión, inversión que remite al espejo, demanda de la mirada que repite la marca y genera sentido, todo ello instalado en la condensación paródica, jugada en el oxímoron, que supone el sintagma estruendo mudo.
—en  XIX, el cierre del texto des-hace la linealidad:

con un poquito de saliva y tierra,
                                                                              pero con un poquito,
                                                                                              no má-
                                                                                                             s.
—en LXIV se con-fabulan las convenciones de la prosa con la espacialización poética:

verde está el corazón de tanto esperar; y en el canal de Panamá ¿hablo
con vosotras, mitades, bases, cúspides! retoñan los peldaños, pasos que
suben,
pasos que baja-
n.
Y yo que pervivo,
y yo que sé plantarme.

IV - La corrosión de la voz

La legalidad de la poética modernista soportada en la originalidad, la musicalidad y, fundamentalmente, en la subjetividad exigen para su despliegue  las características propias de la notación fonética: representar la palabra y eclipsarse ante la plenitud que confabula interioridad y sentido, la palabra deviene, entonces, transparente, desaparece.
                Esto supone el olvido de la espacialización, de las marcas que articulan las convenciones de disposición, en fin, del trabajo de la escritura.
                La travesía de Los heraldos negros a Trilce puede ser pensada como la dis-locación de los tabiques que compartimentaban la poética modernista, esa grieta se abre en la corrosión de la voz.
                La escritura de César Vallejo des-hace la plenitud de sentido atada al privilegio de la voz. La voz, como sustancia espiritualizada, determina la ilusión de la pura presencia a sí del sentido del habla, habla que soporta las convenciones rítmicas de la musicalidad, actuando como residencia de la plenitud y, por ende, de cancelación del significante y de su materialidad escrita, que implican un obstáculo al ideal de la pura presencia a sí del sentido.
                En Trilce se deshace la primacía de una voz unificadora y subjetiva que profiere el poema, porque se des-origina el texto, trastornando el orden de la linealidad, consecuencia del pensamiento logocéntrico y modelo que impera en la concepción tradicional del tiempo y, por lo tanto, de la historia.
                Los textos de Trilce trastornan la subjetividad metafísica, esto es el sujeto como origen y fundamento del sentido.
                La notación fonética, principal vehículo de esa concepción e imagen gráfica de la sucesión irreversible del tiempo lineal, es sometida al es-cribaje de la marca, que sólo significa a la mirada.
                Vallejo corroe el privilegio de la voz, reinstalando en el poema la genealogía de la traza, haciendo equívoca la ceguera de la voz, fundando la poesía en la mirada. Su escritura teje y trama el sentido y la marca como dos motivos con-fundidos e indecidibles. La grieta vallejiana, nunca reparada, pero tantas veces omitida o sofocada, inscribe la necesidad que tiene la palabra poética de con-fabular varias lenguas y producir varios textos a la vez.
                La tentativa de Vallejo en Trilce, lo que he llamado, acaso de un modo altisonante la corrosión de la voz,  da a leer la palabra poética como traza de la condensación y el despliegue de lo equívoco, en un cruce inestable de lenguajes que hace aflorar en la mayor sincronía posible, la mayor potencia de las imágenes enterradas, acumuladas y entremezcladas en el cuerpo de cada partícula lingüística, de cada palabra, de cada proposición simple, a través de la totalidad y divergencia de los imaginarios mundanos, en la mayor genialidad de sus formas. Hace emerger la unidad y la diversidad a un tiempo en la migración generalizada de una escritura que no traduce ya de una lengua a otra a partir de sentidos compactados, sino que circula participando de todos los sentidos a la vez, acumula su energía, actualiza sus modulaciones arcanas, descubre regiones insondables y reencuentra el valor poético en la multiplicidad.
                Leo el pasaje y la grieta que se tienden desde Los heraldos negros a Trilce en una escritura que corroe la voz.
                La voz, esa vieja celestina que comercia los sentidos, los domestica, los unifica en la propiedad única de un sujeto ilusorio.


[1].-En Las contradicciones del modernismo, México, El Colegio de México, 1978, Noé Jitrik desarrolla ampliamente los tópicos de la poética modernista.
[2].-Una exposición detallada de esta problemática en Ferro, Roberto. Escritura y desconstrucción. Lectura (h)errada con Jacques Derrida, Biblos, Buenos Aires, 1995.
[3].-Todas las citas corresponden a Obra poética completa, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1976. (Edición y prólogo de Bayón Aguirre, Enrique.)
[4].-A partir de ahora citaremos con el número de poema.

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