martes, 16 de octubre de 2012

MARIÁTEGUI Y VARGAS LLOSA: DOS FUERZAS QUE MUEVEN AL ENSAYO PERUANO


Rosa Núñez

INTRODUCCIÓN

Desde su aparición en el siglo XVI, el ensayo ha logrado difundirse en diferentes tiempos y espacios gracias a su versatilidad e indefinición. Su creador, Michel de Montaigne, lo consideraba como una “mescolanza de tantas cosas distintas”. Precisamente, ese carácter proteico, que se difundió desde Francia a muchos lugares, logró tener una especial acogida en América. José Miguel Oviedo, al hacer un recuento del ensayo hispanoamericano, señala que el desarrollo del ensayo no ha sido homogéneo en las distintas literaturas donde se lo cultivó. Después de su creación en Francia, el ensayo se fue practicando en otras lenguas, pero España fue una gran excepción. Recién a fines del siglo XIX, con la generación del 98, es cuando adquiere importancia en la península ibérica; en cambio, en los países latinoamericanos, este género floreció junto con sus ideas libertarias[1] y sus afanes republicanos. El Perú no se excluyó de ello.

Presentado con diferentes nombres y formas, el ensayo en el Perú parece iniciarse propiamente a fines del siglo XIX con la singular figura de Manuel González Prada. Entre los que lo precedieron en la conformación de este género destacan Juan de Espinosa Medrano, llamado el Lunarejo, con su obra Apologético a favor de D. Luis de Góngora (1662), y Juan Pablo Viscardo y Guzmán con Carta a los españoles americanos (1801)[2]; también habría que mencionar los importantes artículos publicados en el diario Mercurio Peruano (1791-1794) dirigido por la Sociedad Amantes del País. Si bien estos textos presentan ciertas características afines al género creado por Montaigne, no se los puede considerar totalmente como ensayos. Sin embargo, tampoco se puede negar que se constituyeron como discursos fundacionales de la élite intelectual criolla que jugó un papel importante en la independencia y el devenir cultural del país republicano. 

Los ensayos de González Prada aparecen reunidos principalmente en Pájinas libres (1894) y Horas de lucha (1909) y se constituyen en un hito  en la historia de este género en el Perú. J.M. Oviedo afirma que “su presencia y su obra ensayística dividen la literatura peruana en dos etapas: antes de él, el romanticismo y su ingenuo credo liberal, desmentido por el caudillismo militar; con él, el despertar al positivismo, el cientificismo, el radicalismo político y la literatura realista”[3]. Sus escritos contribuyeron a formar una conciencia crítica intelectual, antioligárquica y anticriolla, e influyeron de forma muy decisiva en otros ensayistas como Mariátegui, quien precisamente escribió sobre él:

De González Prada debe decirse lo que él, en Páginas libres, dice de Vigil. Pocas vidas tan puras, tan llenas, tan dignas de ser imitadas. Puede atacarse la forma y el fondo de sus escritos, puede hoy tacharse de anticuados e insuficientes, puede, en fin, derribarse todo el edificio levantado por su inteligencia; pero una cosa permanecerá invulnerable y de pie, el hombre. (Mariátegui, 1978,  265).

La ensayística peruana con el tiempo fue adquiriendo una mayor consistencia. Marcel Velásquez señala que autores que formaron parte de la Generación del 900 y la Generación del Centenario, diseñaron a través del ensayo comprensiones globales y optimistas de la sociedad peruana, tal es el caso de José de la Riva Agüero, Francisco García Calderón, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, entre otros; pero autores pertenecientes a la Generación del 50, como Luis Loayza, Julio Ramón Ribeyro, Sebastián Salazar Bondy, renunciaron a esa posibilidad, y más bien propugnaron una visión parcial y fragmentada de la realidad, además de pesimista[4]. Carlos Eduardo Zavaleta en un breve estudio sobre el ensayo peruano comprendido entre 1950 y 1975, dice más bien que predominan dos temas: el primero es peruanista o nacional, que busca conocer el destino profundo de nuestra sociedad y vigilar su marcha hacia el futuro; el segundo es libre, ya que al autor se constituirá en un divagador arbitrario sobre un tema escogido y preocupado sobre todo en la armonía formal. A los nombres anteriores agrega los de Raúl Porras Barrenechea, José Durand, Luis Alberto Sánchez, Alberto Escobar, Pablo Macera, Francisco Miró Quesada y Mario Vargas Llosa. Además añade un tercer tipo de ensayo, el híbrido y pone como su mejor exponente a Salazar Bondy con su ensayo Lima, la horrible (1956)[5].

El devenir del ensayo peruano presenta, pues, sinuosidades en su proceso de desarrollo. En este artículo reflexionaremos sobre el lugar que ha ocupado la literatura en tales reflexiones, y cómo el ensayo literario ha llegado a cruzar las fronteras de la crítica literaria peruana y cómo ésta ha recepcionado los ensayos de José Carlos Mariátegui y Mario Vargas Llosa. Para ello, revisaremos sucintamente la producción ensayística de ambos escritores y la asociaremos metafóricamente con algunos conceptos de la Física para demostrar que el ensayo peruano está en continuo movimiento gracias a fuerzas opuestas que lo someten a equilibrios y tensiones, y por tanto a constantes transformaciones.

JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI  Y LA FUERZA CENTRÍPETA DE SUS ENSAYOS

José Carlos Mariátegui (1894-1930) logró convertirse en una de las figuras centrales del pensamiento peruano y latinoamericano. La revista Amauta (1926-1930) que él dirigió tuvo alcance internacional. Su producción intelectual se concreta básicamente en ensayos y artículos publicados en importante revistas y diarios del país y del extranjero. Entre ellos tenemos: La escena contemporánea (1925), 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), y sus ensayos póstumos reunidos en El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, El artista y la época, Signos y obras, Peruanicemos al Perú, etc.

En general, podemos decir que en los ensayos de José Carlos Mariátegui predomina una preocupación por lo nacional. A pesar de su llamada “edad de piedra”, conformada por textos escritos antes de su partida a Europa en 1919, su sincero reconocimiento de que en el viejo continente fue donde hizo “su mejor aprendizaje”, y su interés y admiración por autores foráneos como Waldo Frank, Miguel de Unamuno, Bernard Shaw, Rainer María Rilke, etc., Mariátegui se muestra como un pensador totalmente comprometido con sus raíces. De ahí, por ejemplo, su denodado esfuerzo por promover el indigenismo entre las letras y cultura peruanas, ya que, según el Amauta, esta corriente persigue una reivindicación de lo autóctono y nos permite acercarnos cada vez a nosotros mismos. Esa mirada hacia el interior adquirió una voz propia y poderosa en sus variados escritos, los cuales a su vez se han constituido en referentes obligatorios en la literatura peruana, y particularmente en la crítica literaria, como veremos a continuación.

En 1928 salió a la luz la primera edición de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. En la “Advertencia” que precede a los textos, Mariátegui anotó: “Ninguno de estos ensayos está acabado: no lo estarán mientras yo viva y piense y tenga algo que añadir a lo por mí escrito, vivido y pensado”[6]. Ese carácter personal de sus escritos se evidencia más cuando, al iniciar el último ensayo titulado “El proceso de la literatura”, escribe:
Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas, aunque, dado el descrédito y degeneración de este vocablo en el lenguaje corriente, debo agregar que la política es mi filosofía y mi religión. Pero esto no quiere decir que considere el fenómeno literario o artístico desde puntos de vista extraestéticos, sino que mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones morales, políticas y religiosas, y que, sin dejar de ser concepción estrictamente estética, no puede operar independiente o diversamente (Mariátegui, 1978, 231).

La aparición de 7 ensayos concitó mucho interés en la intelectualidad peruana, y particularmente en la crítica literaria. “El proceso de la literatura” es, pues, considerado como un texto fundador de la crítica literaria peruana. Ahí Mariátegui hace una serie de interesantes propuestas como la periodización de la literatura peruana, por ello señala que:
una teoría moderna – literaria, no sociológica- sobre el proceso normal de la literatura de un pueblo distingue en él tres periodos: un periodo colonial, un periodo cosmopolita y un periodo nacional. Durante el primer periodo, un pueblo literariamente, no es sino una colonia, una dependencia de otro. Durante el segundo periodo, asimila simultáneamente elementos de diversas literaturas extranjeras. En el tercero, alcanzan una expresión bien modulada su propia personalidad y su propio sentimiento. (Mariátegui, 1978, 239).

Muchos críticos han reflexionado sobre este ensayo, y en general se han dividido en dos grupos: los que rescatan su trascendencia en la crítica literaria, y los que cuestionan la propuesta. En el grupo que retoma la propuesta literaria del Amauta están los distinguidos críticos Antonio Melis, Antonio Cornejo Polar, Carlos García Bedoya, Guillermo Mariaca, Tomás Escajadillo, etc. Veamos brevemente, este último. Escajadillo considera dos aspectos: la periodización de la literatura peruana y la tesis sobre el indigenismo literario. En relación a la periodización, Escajadillo advierte que además de la originalidad, flexibilidad y coherencia del esquema, destaca la importancia de la fase cosmopolita como medio para superar la influencia española y el colonialismo supérstite y permitir una adaptación de visiones extranjeras a la realidad nacional. En cuanto al indigenismo, Escajadillo ahonda especialmente en la influencia póstuma de Mariátegui sobre los dos narradores esenciales de esa corriente como son Ciro Alegría y José María Arguedas, y el impacto de la narrativa indigenista publicada en la revista Amauta[7].

Por otro lado, entre los que cuestionan la propuesta de Mariátegui, se encuentran Víctor Andrés Belaúnde, que escribió La realidad nacional (1931) en respuesta a los 7 ensayos, Luis Loayza,  Marcel Velázquez, Birger Angvik, etc. Este último critica la postura política y parcializada de Mariátegui al escribir sus ensayos, en desmedro sobre todo de una interpretación literaria propiamente dicha, y cómo ésta ha ejercido influencia en el resto de generaciones de investigadores de la literatura:

En cuanto a los análisis hechos por Mariátegui de la cultura, de la ideología y de la literatura peruanas, parece que los estudiosos de las ciencias sociales, de la economía y de la historia se han contentado con lecturas superficiales, incorporándose a una tendencia a desvalorizar los estudios culturales y literarios, silenciando u omitiendo el valor de la literatura y de los estudios literarios, negándoles importancia en el proceso de comprensión de una cultura dada (…).  Mariátegui toma la literatura y la crítica literaria en serio y establece una controversia en este campo de estudios, encarándose con los detentadores del `buen gusto` estético de la época – Riva Agüero, Gálvez, García Calderón, y otros- controversia que deviene política más que cultural, ideológica, estética y literaria (Angvik, 1995,  220-221).

Este breve balance que hemos hecho respecto de la recepción que hicieron los críticos literarios de los ensayos de Mariátegui nos permite ver que en la mayoría de casos se ha asumido que hay una paridad entre el género ensayístico y la crítica literaria. Quizá el desconcierto sea provocado por la misma ambigüedad en la que recae Mariátegui, ya que en la sección “Testimonio de parte” del último ensayo titulado “El proceso de la literatura”,  que forma parte de los 7 ensayos, Mariátegui dice hacer crítica: “Mi crítica renuncia a ser imparcial o agnóstica, si la verdadera crítica puede serlo, cosa que no creo absolutamente.”, pero luego, al finalizar ese mismo ensayo en la sección “Balance provisorio” sostiene que su intención no era hacer crítica:

No he tenido en esta sumarísima revisión de valores-signos el propósito de hacer historia ni crónica. No he tenido siquiera el propósito de hacer crítica, dentro del concepto que limita la crítica al campo de la técnica literaria. Me he propuesto esbozar los lineamientos o los rasgos esenciales de nuestra literatura. He realizado un ensayo de interpretación de su espíritu; no de revisión de sus valores ni de sus episodios. Mi trabajo pretende ser una teoría o una tesis y no un análisis (Mariátegui, 1978, 348).

El empleo indistinto de términos y categorías literarias es evidente en el ensayo de Mariátegui, pero quizá lo más curioso del caso es que su afán hermenéutico haya sido considerado como la labor de un crítico literario, y más aún como uno de los textos fundacionales de la crítica literaria peruana. La presencia de Mariátegui en las letras peruanas ha sido tan persistente que ha generado una fuerza inconmensurable que hasta  una figura central en la crítica literaria no solo peruana sino latinoamericana como es Antonio Cornejo Polar consideró en su prestigiosa revista que la crítica literaria que quería hacer era la misma que José Carlos Mariátegui fundó y de ahí su deseo de seguir su mismo rumbo. Y  muchos lo han seguido.


MARIO VARGAS LLOSA Y LA FUERZA CENTRÍFUGA DE SUS ENSAYOS

A diferencia de Mariátegui, el célebre escritor Mario Vargas Llosa casi siempre ha tenido su mirada hacia afuera. Nunca ha negado su plena identificación con escritores y valores europeos y norteamericanos, tampoco ha dudado en criticar la producción literaria peruana. Entre las pocas excepciones que se escapan a su severo juicio se encuentra José Carlos Mariátegui. En su  memoria El pez en el agua escribió sobre el Amauta lo siguiente:

el pensamiento de izquierda tenía un ilustre precursor en el Perú: José Carlos Mariátegui (1894-1930). En su corta vida, produjo un impresionante número de ensayos y artículos de divulgación del marxismo, de análisis de la realidad peruana, y trabajos de crítica literaria o comentarios políticos de actualidad notables por su agudeza intelectual, a menudo por su originalidad y en los que se advierte una frescura conceptual y una voz propia, que nunca más reapareció en sus proclamados seguidores (Vargas Llosa, 1993, 310).

La visión de Vargas Llosa sobre la literatura se ha plasmado en una amplia producción de libros de ensayos,  casi a la par que sus novelas. Podemos destacar algunos títulos como García Márquez: historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua: Flaubert y "Madame Bovary" (1975), Entre Sartre y Camus (1981), La verdad de las mentiras: ensayos sobre la novela moderna (1990), La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996),  El lenguaje de la pasión (2001), La tentación de lo imposibleVíctor Hugo y Los Miserables (2004), El viaje a la ficción, el mundo de Juan Carlos Onetti (2008), Sables y utopías, visiones de América Latina (2009). Hay que notar que en esta copiosa producción ensayística solo a un escritor peruano, José María Arguedas, le ha destinado la debida atención en un libro completo y él mismo lo reconoce cuando dice:

Aunque he dedicado al Perú buena parte de lo que he escrito, hasta donde puedo juzgar la literatura peruana ha tenido escasa influencia en mi vocación. Entre mis autores favoritos, esos que uno lee y relee y llegan a constituir su familia espiritual, casi no figuran peruanos, ni siquiera los más grandes, como el Inca Garcilaso de la Vega o el poeta César Vallejo. Con una excepción: José María Arguedas (Vargas Llosa, 1996,  9).

Varios ensayos de Vargas Llosa se centran en la reflexión sobre un escritor y se han constituido en libros independientes por la extensión del texto y la abundante bibliografía que cita en sus trabajos, lo cual hace que se conviertan en verdaderas investigaciones literarias, organizadas en secciones y capítulos; a diferencia de otros ensayos, como los incluidos en La verdad de las mentiras, donde la brevedad y variedad temática que se desprende de la reflexión sobre cada novela, saltan a la vista y parecen tener una mayor correspondencia con el género creado por Montaigne. Además hay que mencionar que en la mayoría de ensayos Vargas Llosa, aparte de hacer una interpretación personal del asunto abordado, está presente su propia visión del fenómeno literario, es decir, su arte poética, como cuando afirma: “la literatura cuenta la historia que la historia que escriben los historiadores no sabe ni puede contar”[8].

Daniel Castillo sostiene que en la obra de Mario Vargas Llosa, el ensayo desempeña dos funciones importantes: Sirve primero para arrojar luz sobre ciertos escritores y aclara la filosofía que sostiene la propia obra del novelista. Entre los rasgos de su ensayística está el alto grado de identificación que caracteriza su actitud de exégeta, es decir que su postura hermenéutica establece relaciones con su propia escritura, la cual a su vez reclama la pasión como criterio epistemológico del juicio crítico. En ese sentido, según Castillo, no sería exagerado hablar de una teoría de las pasiones para entender el aporte de Vargas Llosa al ensayo literario. Así, por ejemplo, el ensayo sobre la obra de Flaubert, La orgía perpetua,  reivindicaría el derecho del lector a encontrar en sus propios gustos la piedra angular de su enfoque del fenómeno artístico en general y novelesco, en particular. Sin embargo, no renuncia a un diálogo con la crítica. Ahora bien, este diálogo se ve supeditado a los límites que impone su pasión de lector. Los ensayos de Vargas Llosa abogan por una crítica que no desdeñe ni los placeres del lector ni las obsesiones del autor en su empeño por dar sentido al conflicto de los signos.[9]

Daniel Castillo no deja de tener razón cuando dice que los ensayos de Vargas Llosa no renuncian a un diálogo con la crítica, pero a diferencia de Mariátegui,  ésta no es considerada como referente para la crítica literaria nacional, porque es vista básicamente como textos hermenéuticos. Miguel Ángel Huamán agrega que en  dichos ensayos

se mezcla la  propia "arte poética" del novelista con una interpretación romántica del hecho literario y juicios de valor antojadizos, su enfoque es esencialmente impresionista y biográfico. Su validez radica en que ofrecen la reflexión de un notable escritor, desde la propia vivencia o participación en el fenómeno literario, no pueden representar bajo ninguna óptica la vasta producción discursiva de los estudios literarios peruanos de las últimas tres décadas (Huamán, 2001, 97-112).

En la misma dirección, Camilo Fernández Cozman sostiene que Vargas Llosa es un excelente ensayista literario, pero no un crítico literario, un investigador académico, en el sentido estricto del término. Considera que el ensayista literario se dirige al gran público, a  una comunidad de lectores no especializados; en  cambio, el investigador académico (crítico literario), a un público más reducido, a una comunidad académica de expertos. El ensayista no se preocupa tanto por el rigor epistemológico de las categorías que emplea, sino por el brillo de la prosa y lo sugestivo de sus apreciaciones[10].  Sin embargo, en otro artículo, Fernández Cozman al analizar un aspecto de La utopía arcaica, considera que Vargas Llosa es un crítico que revela un evidente arcaísmo tanto metodológico cuanto teórico. Esto se observa en la manera cómo se acerca al texto literario y en sus ideas sobre el pensamiento mítico.[11]

No falta quienes sí lo consideran como crítico literario, aunque desfasado. Es el caso de Birger Angvik. Este crítico noruego plantea que la metodología que utiliza Vargas Llosa para analizar, por ejemplo la obra de Arguedas, parece ser la misma que la que Riva Agüero aplicó en sus tratados de la literatura en 1905, de modo que su crítica parece corresponder a una crítica literaria conservadora. Vargas Llosa, según Angvik, no hace justicia a Arguedas, ya que se desentiende de los aportes teóricos y prácticos del psicoanálisis y de la lingüística en las investigaciones artísticas y literarias. Así en vez de descubrir los secretos complejos e íntimos del artista como fuente de la que manan la creatividad y los impulsos artísticos, Vargas Llosa intenta reducir la psicopatología de las depresiones en Arguedas a un problema superficial que se presenta como esencial y que malogra los intentos artísticos del escritor. Su crítica resulta ser una crítica pre-moderna que acusa de pre-moderna una literatura que no corresponde a las proyecciones emitidas sobre ella. Vargas Llosa, de acuerdo a Angvik, salta sobre todas las figuras de la posmodernidad - de los feminismos, de los estudios culturales, y de los estudios poscoloniales[12].

Como se ve, la recepción que han tenido los ensayos de Vargas Llosa por parte de la crítica literaria, sobre todo peruana, es totalmente distinta a la ofrecida a Mariátegui, aun cuando ambos escritores enmarcan su producción dentro del género ensayo y tengan una percepción particular de la crítica.  En el caso de Vargas Llosa, su apreciación de la crítica literaria la ha expresado en su ensayo “Posmodernismo y frivolidad” donde dice:

Responsabilidad e inteligibilidad van parejas con una cierta concepción de la crítica literaria, con el convencimiento de que el ámbito de la literatura abarca toda la experiencia humana, pues la refleja y contribuye decisivamente a modelarla, y de que, por lo mismo, ella debería ser patrimonio de todos, una actividad que se alimenta del fondo común de la especie y a la que se puede recurrir incesantemente en busca de un orden cuando parecemos sumidos en el caos, de aliento en momentos de desánimo y de dudas e incertidumbres cuando la realidad que nos rodea parece excesivamente segura y confiable. A la inversa, si se piensa que la función de la literatura es sólo contribuir a la inflación retórica de un dominio especializado del conocimiento, y que los poemas, las novelas, los dramas proliferan con el único objeto de producir ciertos desordenamientos formales en el cuerpo lingüístico, el crítico puede, a la manera de tantos posmodernos, entregarse impunemente a los placeres del desatino conceptual y la tiniebla expresiva (Vargas Llosa, 1993,  34-35).

En tiempos donde la posmodernidad y el posestructuralismo han acaparado a la crítica y teoría literarias y han hecho que la literatura se difumine en un opaco espectro, las palabras de Vargas Llosa parecen alcanzar cierta actualidad.


EQUILIBRIO Y TENSIONES EN EL MOVIMIENTO ENSAYÍSTICO PERUANO

Así como en la Física de principios del siglo XX se produjeron grietas en la visión mecanicista del mundo, en el campo de las ciencias sociales y humanas también se produjo lo mismo. En medio de esos cambios, el ensayo pareció cumplir un  papel determinante, ya que por su versatilidad logró filtrarse entre esas fisuras para intentar dar una mejor comprensión del mundo. En el Perú, como hemos visto, fue una poderosa herramienta para encauzar los movimientos sociales. Una fuerza que impulsó los cambios que se iban a producir en el país fue sin duda la obra ensayística de José Carlos Mariátegui. Su incesante búsqueda de peruanidad permitió que se vaya formando una conciencia crítica nacional. Décadas después, aparece Mario Vargas Llosa con una visión totalmente distinta de la realidad, y cuyo aporte en el campo del ensayo literario también es importante.

A pesar de las diferencias temporales e ideológicas, José Carlos Mariátegui y Mario Vargas Llosa, tienen muchos puntos en común como sus percepciones en torno a la literatura y la vida. Así Mariátegui, por ejemplo, dice: “la ficción no es anterior ni superior a la realidad como sostenía Oscar Wilde: ni la realidad es anterior ni superior a la ficción como quería la escuela realista. Lo verdadero es que la ficción y la realidad se modifican recíprocamente”[13]. Por su parte, Vargas Llosa afirma que: “La ficción no es la vida sino una réplica a la vida que la fantasía de los seres humanos ha construido añadiéndole algo que la vida no tiene, un complemento o dimensión que es precisamente lo ficticio de la ficción”[14]. Ambos ensayistas asumen, pues, una recreación constante de la vida a través de la literatura.

La recepción por parte de la crítica literaria peruana no ha sido la misma hacia la obra ensayística de los dos escritores, dado que, como  hemos visto,  los ensayos de Mariátegui forman parte del corpus de la crítica literaria peruana y en cambio los de Mario Vargas Llosa son considerados simplemente como ensayos. Liliana Weinberg señala que “cuando el ensayista se dedica a la crítica se configura además una nueva imagen del lector: no se trata de un público especializado”[15]. Los dos escritores configuraron sus lectores ideales. Habría que tomar en cuenta además que si bien en el Perú los estudios literarios modernos tienen muy buenos representantes como Estuardo Núñez, los hermanos Cornejo Polar, Jorge Puccinelli, entre otros, en la actualidad han devenido en un complejo metalenguaje que han llevado a “la teoría literaria a ser más tediosa que antes, sin que dicha característica implique una mayor profundidad o densidad de análisis”[16]. Quizá es hora de fusionar y, como dice Graciela Maturo, es preciso atender la teoría ya elaborada por los escritores y pensadores americanos y extraer la teoría implícita en sus obras poéticas, dramáticas o ficcionales[17] y, por supuesto,  ensayísticas, y dar lugar a un espacio abierto de pensamiento propio.



[1] José Miguel Oviedo, Breve historia del ensayo hispanoamericano. Alianza editorial, Madrid, 1991, pp. 19-20
[2] Emilio Carilla, “Los orígenes del ensayo hispanoamericano”, versión disponible en internet: http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/48/TH_48_002_142_0.pdf
[3] Op. cit., p. 42.
[4] Marcel Velázquez Castro, El revés del marfil. Nacionalidad, etnicidad, modernidad y género en la literatura peruana. Lima, Universidad Nacional Federico Villarreal, 2002, p. 172.
[5] Carlos Eduardo Zavaleta, “El ensayo en el Perú, 1950-1975” en El gozo de las letras. Lima, PUCP, 1997,pp. 138-139.
[6] op. cit.,  p. 12.
[7] Tomás G. Escajadillo, Mariátegui y la literatura peruana, Lima, Amaru editores, 2004.
8Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras. Ensayos sobre la novela moderna. Lima, Peisa, 1993, p.13.
9Daniel Castillo, “Funciones del ensayo literario en Vargas Llosa” en Mario Vargas Llosa, escritor, ensayista, ciudadano y político. Roland Forgues (editor) Librería editorial Minerva, Lima, 2001, pp. 191-203.
11Camilo Fernández Cozman, “La utopía de Vargas Llosa” en Alma Mater. Lima, UNMSM, 1997; (13 y 14), pp. 113-117.
12Birger Angvik, La ausencia de la forma da forma a la crítica que forma el canon literario peruano. Lima, PUCP, 1999.
13José Carlos Mariátegui, El artista y la época. Lima, editora Amauta, 1988,  decimotercera edición, p. 186.
14Mario Vargas Llosa, El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti. Lima, Santillana, 2008, pp. 28-29.
15Liliana Weinberg, Pensar el ensayo, México, siglo XXI, 2007, p. 112.
16Miguel Ángel Huamán, “La poética de la crítica”, versión disponible en internet http://theorialiteraria.blogspot.com/
17Graciela Maturo, La razón ardiente. Buenos Aires, Biblos, 2004, p. 16.


BIBLIOGRAFÍA
Angvik, Birger, (1995) “La ausencia de la forma. Relectura de `El proceso de la literatura` de José Carlos Mariátegui`  en  Anuario mariateguiano. Vol. VII, Nro. 7, Lima: Amauta.
Angvik, Birger (1999) La ausencia de la forma da forma a la crítica que forma el canon literario peruano. Lima: PUCP.
Escajadillo, Tomás G. (2004) Mariátegui y la literatura peruana, Lima, Amaru editores.
Mariátegui, José Carlos, (1978)  7 ensayos de interpretación de la realidad nacional. Lima: Amauta, trigésimo octava edición.
Mariátegui, José Carlos (1988) El artista y la época. Lima: Amauta.
Oviedo, José Miguel , (1991)  Breve historia del ensayo hispanoamericano. Madrid: Alianza editorial.
Vargas Llosa,Mario,  (1993) El pez en el agua. Memorias. Barcelona: Seix Barral.
Vargas Llosa, Mario, (1996)  La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. México: FCE.
Vargas Llosa, Mario, (2001)  El lenguaje de la pasión. Lima: Peisa.
Weinberg, Liliana, (2007) Pensar el ensayo, México: siglo XXI.

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